Instituto NAUTA
CARGANDO
En busca del Mestizaje Perdido
octubre 11, 2021

El proceso histórico llevado a cabo en Iberoamérica, que conocemos como mestizaje, trasciende la mezcla de las tres razas: la indoamericana, la blanca europea y la africana. El encuentro de los españoles con aquellas culturas amerindias significó un choque entre ellas. Ambos tomaron una de la otra para amalgamar un continente mestizo, casi desde los primeros momentos. Allí llegó el afán conquistador de riquezas, la cruz evangelizadora del catolicismo en una cruzada por convertir almas y el cruce de los hombres de España y Portugal con la nativas, desde Hernán Cortés al más humilde soldado, crearon familias y América empezó a poblarse de gente mezclada.

Este artículo pretende exponer las bases del trabajo de investigación, que estamos realizando desde el Instituto Nauta, para explorar y profundizar, tanto como nos sea posible, en este experimento único en el mundo y que se inició durante el siglo XVI. Hablamos de intentar comprender la magnitud que significa estudiar el único continente mestizo del mundo. No es baladí haberlo denominado Mundo Nuevo, porque en verdad lo es. 

Por el indigenismo léxico nuestra lengua presenta una de las facetas más brillantes de su proyección internacional, pues las voces de procedencia indoamericana constituyen uno de los grupos más importantes de préstamos recibidos del español por numerosos idiomas de todo el mundo, si no se trata del de mayor relevancia.

Hablar de los que nos une con la América iberoamericana y con la hispanidad, que habita en los Estados Unidos, y que fue explorada en primera instancia por europeos españoles, es tarea que nos ha preocupado y unido a un grupo de docentes e investigadores de Málaga. Sumamos ahora, bajo el mismo cobijo y el mismo afán, a la Cátedra del Mestizaje Universal, que auspicia el Instituto NAUTA. Estamos poniendo lazos de reunión con la América Latina y los Estados Unidos de América, desde todos los ángulos posibles. Tanto a través de las Academias, como con las instancias gubernamentales y diplomáticas. Este es un proyecto que tiene vocación de largo aliento y que desea agrupar a cuantos más mejor. 

España ha venido incubando un largo, profundo complejo de culpa por su legado en la América toda. Lejos del orgullo, de haber construido un continente hermano en la cultura, desde el idioma, la religión a la raza mezclada, España se ha arrinconado en su propia ‘Leyenda Negra’, que los mismos españoles pusieron en la órbita de todo lo malo que hicieron allá los conquistadores, que lo hubo. Los enemigos históricos de España en aquellos siglos de la conquista y colonización, principalmente ingleses, franceses y holandeses e italianos, en medio de las pugnas entre la Reforma y la Contrarreforma, aprovecharon bien a Fray Bartolomé de las Casas para denigrar e implantar la mala conciencia. España se defendió mal. Y ha guardado con celo su mala relación, su mala conciencia con ese continente libre, lejano, pero tan cerca de una de las culturas más ricas del mundo. Como ha dejado escrito la profesora María Elvira Roca Barea en su libro ‘Imperiofobia y Leyenda Negra’: “Los españoles de hoy tienen, cuando la tienen, una relación con aquel imperio bastante confusa”.

Aquella España ya no existe. No se puede seguir instalado en el pasado si se quiere alcanzar el futuro. Hay que explorar ese tiempo lejano, desde luego, para poder entender dónde estamos y hacia dónde vamos. La premisa es que juntos seremos más fuertes. Al menos nos entendemos en el mismo idioma, y son sobre 550 millones de personas. Lo insólito es que aquella ‘Leyenda Negra’ siga viva. Esa hispanofobia sigue vigente. Leemos noticias desde algunas ciudades estadounidenses donde se denigra de lo hispánico, tomando como símbolo a estatuas de Cristóbal Colón a derribar. Algunos, incluso desde tribunas académicas, aseguran que fueron los vikingos, hacia el año 1000, quienes primero llegaron a costas americanas. Puede ser inclusive cierto. Pero los vikingos no establecieron el mundo moderno, esa autopista marítima de ida y vuelta, que inició la globalización a la que hemos llegado hoy en día. Eso lo hizo Colón, que era europeo, español porque su empresa fue de España.

La verdadera diferencia y característica de la presencia española en América, desde el más remoto Norte al extremo Sur del fin del mundo, es que se construyó un universo hispano, heredero de la cultura de la Roma antigua y católico. Era la marca de la época. Y eso se realizó con el mestizaje –no sólo de las razas–, sino de la cultura en su conjunto, la que los españoles encontraron allí y la que traían. Los protestantes no se mezclaron, salvo en casos puntuales, que Hollywood ha explotado con el inglés John y la indígena Pocahontas, más cercano a la ficción que a la realidad. Historia hermosa, si eso hubiera sido una forma de amor generalizado, que creara familias, como hicieron los españoles desde su misma llegada a las tierras americanas. Lo que fue la América española, la que hoy llamamos más generalmente América Latina (incluida Brasil) es el único continente mestizo del planeta. Y los EEUU están incluidos, donde los anglosajones americanos blancos y protestantes tienen que convivir ya con unos 60 millones de hispanos, como ellos le llaman. No hay muro que pueda detener a nuestra cultura. Los movimientos migratorios y la buena mezcla de razas es una característica de este mundo global. También una de las garantías de una posible paz mundial a futuro. 

La hazaña de aquellos españoles, difícil de entender si no se conoce, si no se ha recorrido aquel inmenso continente, fue inabarcable. Desde el Caribe hasta la Tierra del Fuego, desde México hasta Alaska. El primer pueblo fundado por esos exploradores en lo que hoy es Florida, se llama San Agustín, aún está allí, la ciudad más antigua de los EEUU. Una nación poblada de ciudades con nombres españoles y cristianos: Los Ángeles, San Diego, Las Vegas, San Francisco, San José, San Antonio, Santa Fe, entre otras. La lista es copiosa. Estados de la Unión como California, Colorado, Florida, Montana, Nevada, Nuevo México, Texas o Utah, deben sus nombres a toponímicos hispanos. Desde que Juan Ponce de León desembarcó en esas tierras del Norte en 1513 y las llamó Florida, el actual territorio de los actuales EEUU entró en la historia de Occidente. 107 años después, llegarían los peregrinos del Mayflower.

En esta más que miserable vida/A tanto las locuras se estendían/Que humana compasión fue despedida/Y enormes desconciertos acudían/Pues para proveerse de comida/Mataban de los indios que traían/Hecho que por maldad se solemniza/Y al cristiano varon escandaliza.2

Antes los desmanes del horror conquistador que llegaban a la Corte de España, se alzaron voces desde la Iglesia del Dios cristiano para detenerla. Desde el primer momento la población indígena fue considerada por las leyes de Indias como súbditos de la Corona de España. Y aquellos españoles, criollos, nacidos en las Colonias eran españoles a todos los efectos. En las Cortes de Cádiz, 1810/1812, tuvieron amplia representación. Desde los primeros momentos del Nuevo Mundo se estableció una jerarquía jurídica. En 1520, Carlos I/V crea el Consejo de Estado, que se encargaba de establecer la política general y exterior. Desde el punto de vista jurídico, el Nuevo Mundo nunca fue considerado una colonia de España, sino del Imperio en igualdad de condiciones. Los indios americanos fueron pensados como súbditos de la Corona de España, tanto como los peninsulares. Nunca se empleó el término Colonia en las leyes del imperio español de la época.3 

A tal fin se creó el Real y Supremo Consejo de Indias. Las guerras de independencia del siglo XIX, que asolaron al continente desde México a Chile, se pueden considerar como guerras civiles. Fueron los criollos, españoles nacidos en América, con su inspirador principal el general Francisco de Miranda, quienes libraron aquella lucha por desembarazarse del dominio Imperial y poder comerciar a su propio juicio sin tener que pagar prebendas a la Madre Patria. España, con Fernando VII al frente, manejó aquella tormenta como la rebelión que fue, pero sin la visión de futuro, que hubiera podido resolverse mediante acuerdos de liberación y colaboración comercial más libre y abierta. Pero eran otros tiempos y aquel Borbón tampoco dio para más. 

En su ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, de 1542, fray Bartolomé de las Casas quiso plantear ante el mismo rey Carlos I/V, lo que él creía era la verdad de lo que allí sucedía. Su objetivo fue que la Corona española acabara con el sistema de Encomiendas. Lo consiguió. “La sanción real de Carlos V en 1542 a las llamadas Leyes Nuevas restringía las encomiendas y la esclavitud de los indios”.4 

Pese a las protestas y desobediencia de los encomenderos, las Leyes de Indias garantizaban, al menos en el papel, que los indios tenían todos los derechos como súbditos de la Corona de Castilla. Los españoles en el terreno no podían privarlos de tales reconocimientos. La lejanía y la lentitud de las denuncias abonaron un terreno propicio a la ilegalidad, aunque los juicios de Residencia a los españoles abusadores fueron abundantes.

Se asumió la expansión de aquel imperio con la cultura, la cruz y el mestizaje racial. Se aplicó el llamado modelo ovandino en 1502 (fray Nicolás de Ovando), que estimulaba el poblamiento de los nuevos territorios, con el desarrollo urbano, el mestizaje, elección local de alcaldes, corregidores y el ascenso por méritos. Sin duda una manera moderna equiparada a los nuevos tiempos que inauguró la Era de los Descubrimientos. Ese reparto de tierras tuvo su origen en la política de distribución de tierras aplicada en España en la Reconquista. Así como en el clásico ‘castrum’ romano. La cuadrícula: calles en líneas recta y manzanas o bloques cuadradas/rectangulares con plaza mayor (en memoria del Foro romano). Completaba ese diseño urbano clásico, la iglesia mayor, después catedral y el Cabildo. En base a ese plan, se construyeron Santo Domingo, La Habana, Veracruz, Panamá, Cartagena de Indias, Santa Marta, San Juan, entre otras muchas nuevas ciudades, que aún siguen en Iberoamérica. Todavía se mide el espacio urbano en Hispanoamérica llamando ‘cuadras’ a las calles, en recuerdo a aquella distribución en cuadrículas. 

Ya en 1573, el Consejo de Indias prohibió ocupar asentamientos indios para fundar ciudades. La jurisprudencia es copiosa, amplia y se cumplió en lo fundamental. La historia de la época, acumula desmanes, que en su amplia mayoría fueron vistos por los Juicios de Residencia, donde los acusados eran juzgados en el lugar de los hechos. En muchos casos fueron condenados a pagar sus culpas. Hay que citar, como ejemplo de estos juicios, el del fundador de Caracas, Diego de Losada, quien fue sometido a esa justicia en la audiencia de Santo Domingo y declarado culpable de los cargos que se le imputaron.

El sistema inicial de Encomiendas originó serios abusos. Los encomenderos recibían unas tierras como favor por servicios prestados, y se les asignaba un grupo de indios. Fue un régimen de servidumbre, común en la Europa que salía apenas de la Edad Media. Las Leyes Nuevas de Indias, acabó con el sistema. Originó bravas respuestas de quienes habían gozado de tales prebendas. Los abusos fueron perseguidos por la justicia del imperio. Tras la independencia de América de la Corona española, los representantes de la casta criolla, quitaron a los indios los privilegios legales que ésta les había otorgado. Gran parte de sus territorios fueron expropiados por los nuevos gobernantes.5 

Que no fueron, en muchos casos, pertenecientes a dicha casta, sino los caudillos de clases bajas, que se alzaron con el poder tras las guerras de independencia. 

Vivir en dos mundos: Una experiencia personal

Descubrir América es entender que Europa existe más allá de su propia nariz. Aunque no es Europa aquella tierra inmensa y generosa. Es otra cosa. Una amalgama de acentos que son tan españoles como el de la Madre Patria. Un continente mestizo, el único en el mundo. Y eso incluye a los EEUU y Canadá., aunque allí se hable más que el español, los otros idiomas europeos (inglés y francés). Es un continente tan largo como ancho. El planeta globalizado, este de ahora mismo, donde ocurren y sabemos cosas tan sorprendentes gracias a la interconexión mundial en tiempo real, tiene una garantía en el mestizaje, como antídoto contra la xenofobia. Porque el racismo ha vuelto a presentarse en escena, cuando lo creíamos erradicado. La herencia española en América es justamente reivindicar que somos muy iguales en la diferencia. En las escuelas americanas y españolas se debería enseñar con mayor profusión la historia que tenemos en común, para aprender lo parecido que somos. El mestizaje es trasponerse en el otro sin dejar de ser uno mismo. Traspasar fronteras, desde el lejano Norte al profundo Sur, hablando el mismo idioma es una experiencia inigualable y única en el planeta. Quien lo ha hecho lo sabe. Yo lo sé porque lo hice. Imaginar si la Unión Europea (UE) hablara un solo idioma en lugar de 28 lenguas oficiales. Esa UE sería verdaderamente fuerte.

En la España de la década de los cincuenta, donde el color gris imperaba como forma de vida silenciosa, mi familia se trasladó a Venezuela a finales de 1959. Con casi 12 años, te llevan a ese Nuevo Mundo sorprendente, tan diferente a aquella España del Colegio de los Hermanos Maristas de Málaga, de fe y patria cerrada, de primeros viernes de comunión obligada, de Semana Santa, escapulario y rosario en el bolsillo. De una Málaga pequeña dormida junto a la mar Mediterránea al Caribe de luz, de peces voladores, de aguas tibias embriagadoras. Tras once interminables días de navegación, desde Cádiz al puerto de La Guaira, para un niño era como viajar por el túnel del tiempo. Aprendí que los barcos no eran buenos amigos de mi estómago, que eran mareo, vómito y palidez, y no poder tragar un bocado. Aun así me compuse a medida que el Atlántico se abría hacia ese nuevo mar, que para mí era historias de piratas, islas refugios de bucaneros. Ya había leído algo e imaginaba más de lo que la realidad me iba a mostrar.

Cuando llegué al Caribe la luz apenas te permitía abrir bien los ojos, demasiada para la media Mediterránea. Hay un calor diferente al del verano malagueño. Hay una temperatura canicular inacabable, que se suaviza de noche, cuando los sonidos de la selva pueblan la oscuridad, pero la humedad sigue en el ambiente. Hay que acostumbrarse, me decían. Y era cierto, un niño se acostumbra rápido. Para ojos tan ávidos de aventuras visuales, la agitada vida de aquel puerto era un verdadero mundo sorprendente. Los coches (carros) eran todos inmensos, americanos, desde ese mismo día me atraparon. En la Málaga que había dejado atrás, sin saber si volvería algún día, nunca había visto unos carros como aquellos. Un primo mayor, metido en no sé qué negocios malagueños, había comprado un Biscuter, al que alguna vez me había invitado a pasear. Aquellos carros americanos eran coches de verdad. El otro enamoramiento instantáneo fueron las mujeres. No tenía ojos suficientes para admirar a aquellas chicas, que, vestidas del verano eterno, parecían ninfas del Paraíso, y creí que lo eran. La mujer venezolana que ha ganado fama de bella, lo es gracias al intenso mestizaje que es habitual y les da esa única belleza. La primera venezolana que ganó el título de Miss Mundo en 1955, se llamaba Susana Duijm. Años después la conocí personalmente y era la viva imagen de esa beldad mestiza tan característica de la mujer venezolana, que le ha dado lugares prominentes por bellas, preparadas e inteligentes. El tenue invierno malagueño quedó atrás para siempre, o eso creí en aquel primer año de los sesenta.

El traslado desde aquella Málaga, detenida en otra época, a Caracas fue como adelantar el tiempo de una semana a otra. Tenía la ciudad, aún manejable con apenas un millón de habitantes, una red de autopistas urbanas de Este a Oeste. Era en esos años la primera ciudad de Latinoamérica tan avanzada. Su universidad pública la había diseñado el arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva, quien tuvo la visión de integrar el diseño arquitectónico con los representantes más destacados de las creaciones plásticas de la época. Conjuga ese campus universitario, donde años después yo comenzaría la carrera de Periodismo, obras de Alexander Calder. Sus nubes flotantes que dan sintonía acústica al Aula Magna, espacio escénico donde en los ochenta se representó una de mis obras de teatro. Murales de Víctor Vasarely, Wilfrido Lam, Fernand Léger. Esculturas de Jean Arp y Henri Laurens. Se estudiaba allí en un entorno de alto contenido artístico. Junto con la UNAM de México, la Universidad Central de Venezuela (UCV) son los dos únicos campus de América con la distinción de Patrimonio de la Humanidad otorgado por la UNESCO. Y había televisión, que vi por primera vez en aquella Caracas recogida e inmensa al mismo tiempo.

No lo sabía aún, ni lo entendía, pero llegaba como inmigrante a un país que era una República, que acaban de salir de una dictadura; que inauguraba un gobierno democrático de consenso. Era la IV República, iba a durar hasta 1999, cuando el exteniente coronel, Hugo Chávez, electo presidente, instauró la V, cambio la Constitución de 1960 y torció la historia por otro derrotero. Viví durante 32 años de mi vida en una República y en democracia, con todos sus pros y contras, pero aprendí a votar mucho antes que los españoles de mi generación. Eso lo llevo en mi mochila vital. Lo fui aprendiendo en el colegio, donde terminé el bachillerato, tras una reválida dura entre los estudios españoles de la época y los de allí, mucho más avanzados. Lo único que era igual, aunque con los modismos y palabras propias de Venezuela, era el idioma. Eso me facilitó los estudios inmensamente, aunque tuve que aprender la gramática de don Andrés Bello, que en el fondo no es tan diferente. También me atrasó un par de años, ya que el papeleo entre España y Venezuela fue lento y farragoso. Todo era por el Correo Postal, no había, ni se pensaba en las comunicaciones de ahora. Para mi oficio, que elegí a la edad de ingresar en la Universidad, hablar y escribir en español fue y es fundamental. El más rico legado, sin duda, que España implantó en las Américas. Por el idioma entra toda la cultura, la forma de captar y entender el mundo. Toda la vida pasa por la lengua con la que hablamos y nos entendemos. Marca a fuego el pasado, el presente y el futuro. Y es el alma de nuestros pueblos.

El mestizaje te atrapa sin que te lo propongas. La mezcla es a dos vías. Lo que traes y lo que encuentras. ¿Cómo no ser aferrado por Venezuela? Una tierra espléndida con habitantes abiertos, educados, amables, cariñosos. En comparación con el régimen que teníamos en la España de la época, aquello era el Paraíso. Y eso ha debido pasarles a los primeros españoles que llegaron allí. Obnubilados por el murmullo de la selva. Expandidos por sus costas. Aferrados a aquella tierra prometida. Descubriendo los nuevos olores. Dando nombre a las nuevas frutas, según las nombraban los indios. Aprendiendo a comer los alimentos del maíz, de las papas, de los tomates, del cacao. El gusto se expande porque la mixtura comienza por los sentidos primarios. Después se agregan las vivencias, el roce personal de amigos del colegio, del trabajo, del vecino. Cuando aprendes que Venezuela es un Estado Federal y que está formada por regiones y estados. Que es un país que basa su PIB en la economía del petróleo y extractiva de minerales diversos. Que los sabores se te instalan en el paladar. Que conoces su historia desde los pobladores autóctonos, y que el fundador de Caracas, Diego de Losada, asesinó al gran Cacique Guaicaipuro, traicionado por otros jefes supuestamente amigos. Y te das cuenta que al dinero se le llamaba ‘plata’, porque las monedas de aquellos mis primeros años eran, efectivamente, de plata. Venezuela se te mete en la piel para siempre. El mestizaje es un proceso lento que no puedes evitar si la fascinación por aquella tierra se te aloja en el alma.

Palabras de uso común hoy en español son de origen indoamericano: aguacate, barbacoa, batata, cacahuete, cacao, cacique, caimán, campeche, canoa, caníbal, cayo, coco, copaiba, cazabe, chicle, chile, chocolate, hamaca, guano, maíz, piragua, quina, sabana, tapioca, tomate; y alpaca, cancha, coca, cóndor, china, choclo, cholo, guanaco, llama, mita, palta, papa, puma, quena, soroche, totora, vicuña, entre tantas más.6

La mimetización plena les ha sucedido a muchos europeos que conozco, a otros tantos no tanto. En esos años aprendí palabras en italiano, en portugués, en gallego, en vasco, en catalán; la emigración era europea. El inglés era el idioma del petróleo y de la escuela. Personalmente frecuenté poco o casi nunca a los diversos clubes hispanos que había en Caracas: La Hermandad Gallega, el Centro Asturiano, el Vasco, el Catalán, la Casa Canaria, la de Portugal. Eran sitios de alegre reunión, de fiestas del recuerdo local de cada región. Tal vez teníamos un rechazo inconsciente a asistir, recordaban demasiado a la España de la época. Creíamos en mi familia que mantener esa nostalgia podía hacer más daño que alegrías. Tal vez hayamos estado equivocados. Tal vez faltó la perspectiva de que la dictadura de Francisco Franco cesaría algún día, para aquellos primeros sesentas parecía eterna. Lo cierto es que nos fuimos adaptando más a lo que Venezuela era. Es tan así, tan intenso, que yo sigo hablando con mi acento del español de Caracas, como si hubiera nacido allí, y es como si así hubiera sido. Pertenecer a dos países, el de nacimiento y el de adopción es una grande fortuna personal. A eso yo lo llamo mestizaje. Al final lo importante es que nos posee un idioma universal, rico y que sigue en expansión. 

En los sesenta terminé el bachillerato y accedí a la UCV, que fue cerrada por el gobierno de Rafael Caldera, durante un largo período. Tomé la decisión de seguir mi carrera de Periodismo en la Universidad Católica ‘Andrés Bello’ (UCAB) administrada por los jesuitas. No podía perder más tiempo, ya había esperado dos largos años para poder continuar con la secundaria. Es decir, llevaba dos años de retraso. Entendí bien el conflicto del gobierno. Empeñado en acabar con la guerra de guerrillas, que se originó en 1961 inspirada por la Revolución cubana, Caldera cerró a la UCV argumentando que era un foco de insurrección comunista. Lo paradójico es que en la UCAB, una universidad privada dirigida por la Compañía de Jesús, se estaba incubando una pequeña revolución. Un grupo de jesuitas, vinculados a la Teología de la Liberación, preparaban un movimiento para liberalizar a aquella universidad. Fueron los años más agitados de mi vida universitaria. Incorporado al Movimiento UCAB-LIBRE me convertí en el dirigente estudiantil de la Escuela de Periodismo. Al final, se produjo la renuncia del rector Pío Bello, jesuita conservador, y nombraron a un ingeniero seglar como nuevo rector. Las dimensiones del conflicto interno, que dividió al profesorado y estudiantes, duro tres meses largos. El Papa Negro, superior mundial de los jesuitas, el padre Pedro Arrupe, tuvo que presentarse allí, para poner orden en la Compañía. Todo volvió a la regularidad, pero esos acontecimientos cambiaron para siempre a aquel Colegio grande y lo transformó en la gran universidad que es hoy en día. 

Fue una buena Escuela de Periodismo. Yo tuve la fortuna y la necesidad de trabajar en un periódico mientras estudiaba. Así que cuando me gradué era un periodista formado, aunque aún tenía mucho que aprender. Este es un oficio en el que jamás dejas de conocer a la sociedad, a las personas y eso es un proceso inacabable. Sigo en ello. Me ayudó a conocer a la España a la que volví en 1991. Desde el diario El Sol de Madrid pude seguir un curso acelerado para comprender y conocer a la nueva sociedad española, que era inédita para mí. En una democracia como la venezolana, con sus imperfecciones, con su lento discurrir hacia profundizarla, cosa que no hizo en su momento, finalmente llevó a la aventura del Socialismo del Siglo XXI, auspiciada por los profetas redentores inspirados en revoluciones fallidas, me enseñó que el reino democrático de la libertad de expresión tiene sus bemoles. Me lo dijo Mario Benedetti: “Cercado por las dificultades económicas, por la escasez de tiempo disponible, por la distorsión que por lo general introducen en su arte otros oficios (periodismo, docencia, traducciones, etc.) que debe ejercer para sobrevivir; cercado por las diversas formas de censura, con su natural derivación de autocensura; por las presiones de todo tipo; por las persecuciones y deslindes políticos, el escritor latinoamericano es (salvo en el caso poco frecuente de integrar la alta burguesía) un ser acosado, cuyas angustias suelen ser más graves que la de otras víctimas del acoso, sencillamente porque su oficio es pensar, es imaginar, y es también buscar salidas”.7 

Siempre pensé que había que detener la autocensura, la más íntima y peligrosa de todas. Y ese es un rasgo inherente a las democracias todas: las de allá y las de aquí. Justamente ese asunto originó mi retorno a España. Gané el Premio Iberoamericano de Periodismo, cuyo tema era la libertad de expresión. Curiosamente ahora tiene una significación especial para mí, pues dicho concurso fue convocado por la Sociedad V Centenario y el Gobierno Autónomo de Canarias. Participaron más de treinta trabajos de América Latina y de España. Esa fue la puerta que se abrió para volver a mi país. Fue duro el aterrizaje. Con buena experiencia, pero sin contactos en el medio, la recolocación fue ardua. Pero como me dijo en Madrid en una conferencia, Camilo José Cela, quien conocía a Venezuela, ‘en España quien tiene paciencia, al final triunfa’, sabía de lo que hablaba. Y así ocurrió, lo que no me dijo fue cuántos años hay que mantener esa paciencia.

Lo primero que supe y sentí cuando volví a vivir en España, primero siete años en Madrid y después 20 en Málaga, es que hemos estado muy de espaldas a Iberoamérica. Se dio un boom empresarial español en los noventas. La reconquista del continente a través de Bancos, Eléctricas, Petroleras, Telefónicas, entre otras actividades. Algunas con éxito, otras enfrentadas a las imprevisibles leyes locales. No es esa la única o exclusiva vía. Eso no ha sido suficiente. La hermandad cultural, esa herencia ha sido dilapidada a través de, sobre todo, los siglos XIX y XX. El intento de celebración del V Centenario del Encuentro de dos Mundos no estuvo mal, pero no cerró heridas. Aquella inauguración de la Casa de América en Madrid; la cual cubrí, ha sido un buen intento de acercarse al universo Hispanoamericano, sin duda. Las Cumbres que se inauguraron en Madrid en 1992, ha decaído en importancia real, donde sus Declaraciones no se convierten en actuaciones a largo plazo. Se nota en falta un amplia política de Estado, que no de gobierno, acerca de Programas de unión para el progreso. El caso de Cuba es el ejemplo más reciente. Cuando las negociaciones del Gobierno del presidente Barack Obama y el Vaticano, para descongelar las relaciones Cuba-EEUU, España estuvo al margen. El primer presidente europeo que visitó la isla tras el acuerdo, fue el francés, François Hollande. Siempre me pregunto, cómo sería el mundo actual, si el desembarco en América hubiera sido financiado por la Francia del siglo XV y no por España, y se hablara allí francés y no español. Esos 550 millones de franceses hablantes tendrían un peso específico mundial tremendo. ¿Por qué no lo tenemos nosotros? En París funciona el Instituto de Estudios sobre América Latina, en España no hay uno similar. Ellos, los franceses, acuñaron el término América Latina. En México, la figura de Hernán Cortés aún sigue siendo vista como un héroe y un villano. Amor/odio en el país más singular de América, y tal vez, el más hispano de todos. Cargamos con el complejo de la culpa de los desmanes cometidos en aquel siglo XVI. Una Leyenda Negra inagotable. No se puede juzgar con equidad lo sucedido en aquellos años con la moral instalada en el siglo XXI. Y, sobre todo, hay que poner en la balanza los hechos que construyeron un continente hispanoamericano, que es el que tenemos hoy.

Mi carrera como periodista y mi interés por conocer a ese continente mestizo en español, investigar sus claves, comprenderlo, me llevó por voluntad propia y por mi trabajo a recorrer esa inabarcable tierra del Norte al Sur; del mar Caribe al Pacífico. Aprendí, que la cultura indoamericana está presente en cada curva del camino. Para emprender la investigación que estamos iniciando en la Cátedra del Mestizaje Universal nos hemos acercados a la comunicación pre-hispánica. Es una de las claves para entender la dimensión del significado del encuentro de dos culturas; la primitiva autóctona, según la entendían los españoles y portugueses y la propia europea, donde los procesos de la información pública o privada estaban controlados severamente por las instancias gubernamentales y religiosas. No obstante hay que destacar lo que encontraron en materia de comunicación. “Siglos antes de cualquier desembarco vikingo o español, proliferaban en los centros urbanos de la Mesoamérica clásica, o de alto nivel, y más allá, inscripciones nativas con detalles de los principales sucesos sociales y políticos, tal cual se hacía en ciudades de Sumer y en otras de Mesopotamia”.8 

Los encargados de transmitir tales informaciones, se prevén como los antecesores de los cronistas de la conquista y de los periodistas coloniales y, posteriormente, los republicanos. Y agrega Ferreira: “Basándonos en lo que sabemos hoy día, la información en la América antigua es claramente sesgada. Lo que más registraron los escribas eran las historias de sus monarcas, sacerdotes y nobles”. (op. cit). Pero se pude afirmar que esa prehistoria de la información en América, pertenece a los orígenes más auténticos de la información en aquellos pueblos.

Cuando terminé periodismo me tomé tres meses para recorrer en autobús desde Caracas a Lima. Viajé con el pueblo en esos transportes en trayectos de 10 a 15 horas, atravesando Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú. Fue mi primer máster en sociología del mestizaje. Los rostros, las comidas, las urbes, las iglesias, los museos, los mercados indígenas, tal como fueron. La verdadera América se conoce en las carreteras imposibles. En los caminos de vértigo de los Andes. En el aire sin oxígeno de Quito, de Cuzco. En la mirada ancestral de los indios. En las calles mestizas de Bogotá. Antes, en 1973, había viajado a Santiago de Chile, para reportar mi primer trabajo como enviado especial. Fue en septiembre de ese año. Cuando el experimento socialista de Salvador Allende fue eliminado de raíz por el golpe de Estado cruento dirigido por el general Augusto Pinochet. La ventaja de ser periodista es que estás al lado de la historia y ese privilegio es impagable. Después estuve en Nicaragua, frente Sur, donde se batía el comandante Cero del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Edén Pastora. Con entrevista al cura trapense y poeta de Solentiname en el Gran Lago de Nicaragua, Ernesto Cardenal. Un religioso de la Teología de la Liberación, cuyas homilías de los domingos era estudiar a los guerrilleros de la América Latina, los verdaderos santos de la época, afirmaba. Después fue ministro de Cultura del Sandinismo. Más tarde aún, 1978, en el Irak del partido Baaz, regido por Sadam Hussein y que se preparaba para la guerra con su enemigo de religión, el Irán de los Ayatolás. Y Cuba, en cinco ocasiones durante la década de los ochenta. Donde me percaté de que aquella revolución, tenía avances en Sanidad y Educación, pero había secuestrado la libertad individual. Y el arte, exceptuando la música, había decaído del empuje inicial de los años sesenta. Me interesó, en compañía de un grupo de intelectuales venezolanos, las causas de tener en el continente a un país gigante, Brasil, que por no hablar español y nosotros ignorar su portugués habíamos estado de espaldas. Tan cerca y tan alejados. En los primeros ochenta iniciamos un estudio y acercamiento a su cultura, inmensamente rica. Se empezó una corriente de entendimiento mutuo, de traducciones de su literatura, de sus telenovelas, de su música, inmenso legado al mestizaje cultural. Viajé un mes de diciembre a Río de Janeiro. Quedar deslumbrado sería poco expresivo. De la mano de un par de colegas periodistas fui a las favelas; al ensayo de una Escuela de Samba, que preparaba su espectáculo para el Carnaval de febrero. Vi, escuché y gocé dos horas y media a Gal Costa en el Caneçao de Río. Y comprendí, desde luego, lo que nos une en el mismo mestizaje de tres razas, que ha dado esa explosión cultural al mundo, que está en sus comidas, en la samba, en el bossa nova, en el fútbol, que comienzan a jugar descalzos con una pelota de trapo. Un pueblo grande, maravilloso, potente, generoso, alegre, pacífico, aunque, canten ‘tristeza nao tem fim, felicidade sim’, en la canción de Antonio Carlos Jobim, ‘A felicidade’.

Como periodista he vivido este oficio a plenitud, aunque no todo ha sido tan arriesgado como aquellos escenarios de Chile, Irak, Nicaragua o Cuba. La mayor parte del tiempo el ejercicio del periodismo es traducir teletipos, reseñar ruedas de prensa de políticos que cuentan mentiras; escribir columnas de crítica de teatro, lo hice durante diez años. Entrevistar a personajes por teléfono o en la cálida sala de una casa, café o té por medio. La aventura del periodismo en escenarios de conflictos siempre es de alto riesgo. Cuando empecé a trabajar en El Sol de Madrid en 1991/92, estaba en apogeo el conflicto de los Balcanes. Se me insinuó ir allí. Lo desestimé a mi edad en esos años, que ya pasaba un tanto de los cuarenta. En Yugoslavia cayeron decenas de periodistas fijados en la mira telescópica de los francotiradores. Tras mi experiencia en América, puedo afirmar que arriesgarse en tales espacios informativos es tarea difícil y siempre incierta. Salir vivo es el principal objetivo. Si no, ¿quién informa? Fueron los años periodísticos en Madrid, en la calle Huertas del barrio de Las Letras. Viví en el nº 64 de esa calle, donde había vivido el poeta León Felipe hasta su exilio a México. Frente a esa casa está el convento de Las Trinitarias, donde afirman que está enterrado don Miguel de Cervantes

En mi caso, también el mestizaje racial ha significado la prueba más evidente de que ha sido y es la vía para la concordia. Tres hijos de mis matrimonios con venezolanas magníficas, a su vez enraizadas entre Europa y América. Mi vida a caballo entre las dos orillas y mi vinculación profunda a Venezuela me ha recompensado con esos hijos y tres nietos. Ahora, al frente de la Cátedra del Mestizaje Universal, la honra y el trabajo académico que tenemos por delante me confirman que esto del mestizaje es una de las fortunas más inmensas que tenemos los hispanoamericanos. La vida tiene vericuetos insospechados. Toma atajos que te conducen a los orígenes. Y eso son los que contienen la esencia de los que somos. Lo que pudimos ser y no fue queda en el limbo de la imaginación. El trabajo científico da poco margen a imaginar. Se cobija en hechos comprobados, sean cuales sean: los duros y los amables. Para esa tarea estamos preparados. Haber vivido en los dos mundos, el Nuevo y el Viejo, da una amplia perspectiva para enfocar mejor la visión del estudio, el análisis y la compresión de procesos sociales tan complejos. Si nuestros aportes ayudan a tal cosa, estaremos seguros de que vamos embarcados en un proyecto provechoso para ambas orillas. Salud y Libertad.

Profesor Doctor Periodismo (Ph. D.) Carlos Pérez Ariza

Director Académico de la Cátedra del Mestizaje Universal

Instituto Nauta

1 Frago García, Juan Antonio. Franco Figueroa, Mariano. El español de América. Servicio Publicaciones Universidad de Cádiz. Cádiz, 2001. 
2 De Castellanos, Juan. Aventuras de varios ilustres varones. Monte Ávila Editores. Caracas, 1975.
3 Roca Barea, María Elvira. Imperofobia y leyenda negra. Siruela. Madrid, 2017 (pp.294-295).
4 García Cárcel, Ricardo. El demonio del Sur. Le Leyenda Negra de Felipe II. Cátedra. Madrid, 2017 (p.158).
5 Rojas Pinilla, Jesús Ángel. Los invencibles de América. El Gran Capitán Ediciones. Madrid, 2016 (pp. 25-35).
6 (Op. Cit.) Recopilación propia de palabras. Frago García, Juan Antonio. Franco Figueroa, Mariano. El español de América. Servicio Publicaciones Universidad de Cádiz. Cádiz, 2001.
7 Benedetti, Mario. El escritor latinoamericano y la revolución posible. Latinoamericana de Ediciones. Buenos Aires/Caracas, 1977.
8 Ferreira, Leonardo. Centuries of silence. The story of Latin American Journalism. Praeger. Connecticut, 2006. Citado en: Beltrán Salmón, Luis Ramón (dir.) et alt. La comunicación antes de Colón. Centro Boliviano de Estudios de la Comunicación (CIBEC). La Paz, Bolivia, 2008.